Confinados libres, atrapados en la pandemia sin un techo que les cobije. Su casa en un rellano con paredes de cartón. Extienden sus colchones de cemento donde los demás buscamos dinero. Errantes, invisibles, mirando al futuro con los ojos cerrados cegados por el sol del mediodía, arrastrando los pies, cargando con el peso de la incertidumbre de existir siendo una sombra alargada que no se apaga nunca. La calle les ha despoja de casi todo.
Son la pieza que no encaja en el sistema, hombres y mujeres de carne y hueso que han convertido cada amanecer en un triunfo. Uno al que contribuyen asociaciones como Reacción Solidaria, que trabaja desde hace siete años para que comer no sea un sueño vago, para que distingamos su silueta mordida por la pobreza en medio de una urgencia que ha detenido el mundo y simplificado la ecuación: o vives o mueres. (leer noticia completa)